IV. La misión que se
encarna en los límites
humanos
m 40. La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad.
m La tarea de los exégetas y de los teólogos ayuda a «madurar el juicio de la Iglesia».
·
Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 12.
m De
otro modo también lo hacen las demás ciencias. Refiriéndose a las ciencias
sociales, por ejemplo, Juan Pablo II ha dicho que la Iglesia presta atención a
sus aportes «para sacar indicaciones concretas que le ayuden a desempeñar su misión
de Magisterio».
·
Motu
proprio Socialium scientiarum (1 enero 1994): AAS 86 (1994), 209.
m Además,
en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se
investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de
pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el
Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya
que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra.
m A
quienes sueñan con una doctrina
monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una
imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se
manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza
del Evangelio.
·
[44]
Santo Tomás de Aquino remarcaba que la multiplicidad y la variedad «proviene de
la intención del primer agente», quien quiso que «lo que faltaba a cada cosa
para representar la bondad divina, fuera suplido por las otras», porque su
bondad «no podría representarse convenientemente por una sola criatura» (Summa
Theologiae I, q. 47, art. 1). Por eso nosotros necesitamos captar la variedad
de las cosas en sus múltiples relaciones (cf. Summa Theologiae I, q. 47, art.
2, ad 1; q. 47, art. 3). Por razones análogas, necesitamos escucharnos unos a
otros y complementarnos en nuestra captación parcial de la realidad y del
Evangelio.
m 41.
Al mismo tiempo, los enormes y veloces cambios culturales requieren que
prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de
siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad. Pues en
el depósito de la doctrina cristiana «una cosa es la substancia […] y otra la
manera de formular su expresión».
·
Juan
XXIII, Discurso en la solemne apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II (11
octubre 1962): AAS 54 (1962), 792: «Est enim aliud ipsum depositum fidei, seu
veritates, quae veneranda doctrina nostra continentur, aliud modus, quo eaedem
enuntiantur».
m A
veces, escuchando un lenguaje completamente
ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos
utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de
Jesucristo.
m Con
la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano,
en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es
verdaderamente cristiano. De ese
modo, somos fieles a una formulación, pero no entregamos la substancia. Ése
es el riesgo más grave. Recordemos que «la expresión de la verdad puede ser
multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria para
transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado».
· [46] Juan Pablo II, Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995), 19: AAS 87 (1995), 933.
m 42.
Esto tiene una gran incidencia en el anuncio del Evangelio si de verdad tenemos
el propósito de que su belleza pueda ser mejor percibida y acogida por todos.
De cualquier modo, nunca podremos convertir las enseñanzas de la Iglesia en
algo fácilmente comprendido y felizmente valorado por todos.
m La
fe siempre conserva un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita la
firmeza de su adhesión. Hay cosas que sólo se comprenden y valoran desde esa
adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan
percibirse las razones y argumentos. Por ello, cabe recordar que todo
adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora que despierte la
adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio.
m 43. En su constante discernimiento,
la
Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente
ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de
la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje
no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan
el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de
revisarlas.
m Del mismo modo, hay normas o
preceptos eclesiales que pueden haber sido muy
eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como
cauces de vida. Santo
Tomás de Aquino destacaba que los
preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios «son
poquísimos»[47].
·
[47]
Summa Theologiae I-II, q. 107, art. 4.
m Citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la
vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre».·
[48]
Ibíd.
m Esta
advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda actualidad. Debería
ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación que
permita realmente llegar a todos.
m 44. Por otra parte, tanto los Pastores como todos los fieles que acompañen a sus hermanos en la fe o en un camino de apertura a Dios, no pueden olvidar
lo que con tanta claridad enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales».·
Catecismo
de la Iglesia: N. 1735.
m Por
lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con
misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que
se van construyendo día a día*.
·
Cf.
Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Familiaris consortio (22 noviembre
1981), 34: AAS 74 (1982), 123.
m A los sacerdotes les recuerdo
que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades.m A
todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que
obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas.
m 45. Vemos así que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias. Procura siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección no es posible.
m Un
corazón misionero sabe de esos límites y se hace «débil con los débiles […] todo
para todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus
seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva.
m Sabe
que él mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino.
V. Una madre de
corazón abierto
4 46. La Iglesia «en
salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir
hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el
mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar
de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las
urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es
como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que,
cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.
4 47. La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre.
Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas.4 Pero hay otras puertas que
tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de
alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y
tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón
cualquiera.
4 Esto
vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el
Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental,
no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para
los débiles[51].
·
[51]
Cf. San Ambrosio, De Sacramentis, IV, 6, 28: PL 16, 464: «Tengo que recibirle
siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de
tener siempre un remedio»; ibíd., IV, 5, 24: PL 16, 463: «El que comió el maná
murió; el que coma de este cuerpo obtendrá el perdón de sus pecados»; SanCirilo
de Alejandría, In Joh. Evang. IV, 2: PG 73, 584-585: «Me he examinado y me he
reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿Y cuándo seréis dignos?
¿Cuándo os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden
acercaros y si nunca vais a dejar de caer —¿quién conoce sus delitos?, dice el
salmo—, ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica para la
eternidad?».
4 Estas
convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a
considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores
de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es
la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.
4 48. Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin excepciones.
4 Pero
¿a quiénes
debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con
una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos,
a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no
tienen con qué recompensarte» (Lc 14,14).
4 No
deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro.
Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio»[52],
y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús
vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre
nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.
·
[52] Benedicto XVI, Discurso durante el
encuentro con el Episcopado brasileño en la Catedral de San Pablo, Brasil (11
mayo 2007), 3: AAS 99 (2007), 428.
4 49. Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo.
Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: 4 prefiero
una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una
Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades.
4 No
quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una
maraña de obsesiones y procedimientos.
4 Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.
4 Más
que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las
estructuras que nos dan una falsa contención, en las
normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos
tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin
cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37).
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