miércoles, 22 de abril de 2020

Primera. CIRILO DE JERUSALÉN Y SUS CATEQUESIS MISTAGÓGICAS


INTRODUCCIÓN
Las catequesis de adultos en el gran siglo de la patrística
W   El siglo de oro de la patrística es el período comprendido entre los concilios de Nicea y Calcedonia (325-451). Es, desde luego, el período en el que la actividad literaria de los Padres de la Iglesia alcanza los mayores niveles.
W En parte, esa notable actividad escritora responde a las discusiones teológicas y al interés en combatir lo que la Iglesia fue calificando como herejías. También en el siglo IV se celebran los dos primeros concilios ecuménicos, el de Nicea, en el año 325, y el I de Constantinopla, en el 381. El concilio de Nicea fijó en su Credo la identidad de naturaleza (hamoousia) del Hijo con el Padre: el Hijo es homoousios con el Padre, «de la misma naturaleza» que el Padre, con las características que además declara el Credo de Nicea.

W En la lucha contra el arrianismo se destaca sobre todo la figura de Atanasio, obispo de Alejandría. Arrio había sostenido una semejanza, pero no identidad de naturaleza entre el Hijo y el Padre. Por su parte, el Concilio I de Constantinopla (a. 381), aunque está en línea de continuidad con Nicea, desarrolla más el credo de éste, especialmente en lo referente al Espíritu Santo, la Iglesia, el bautismo, la resurrección de los muertos y la vida eterna.
W     Por la continuidad y relación entre ambos concilios, el Credo o Símbolo que aprobó el Concilio I de Constantinopla suele ser llamado niceno-constantinopolitano y ha figurado desde entonces en la liturgia romana, la más extendida en toda la Iglesia.
W     Por otra parte, en el siglo IV continúa practicando la Iglesia el bautismo de adultos, aunque sea cada vez más frecuente el bautismo de niños hijos de padres cristianos. Aunque el siglo III es la época en que alcanzó su mayor auge el catecumenado de adultos, es en el siglo IV cuando se da mayor abundancia de testimonios literarios de este tipo clásico de catequización.
W   En realidad, junto a una incipiente decadencia en la actividad pastoral, quizá porque ya no se está en los tiempos gloriosos y heroicos de las persecuciones, se ha progresado en el estudio y la exposición teológica del cristianismo. Los siglos IV y V serán también, tanto en Oriente como en Occidente, aunque con características diferentes, la época de las mayores disputas teológicas.
W Nicea y Constantinopla elaboraron sus confesiones de fe, llamadas también símbolos. Pero junto a los símbolos de estos concilios se elaboraron también otros muchos1, antes o después de ellos. Estos credos eran como una «regla de fe», de tal manera que quienes los profesaban podrían ser considerados cristianos en el camino adecuado: profesaban un «recto parecer» u ortodoxia. Los credos han sido siempre señas de identidad de las comunidades cristianas.
·   (1) Cf. S. SABUGAL, Credo. La fe de la Iglesia. El símbolo de la fe: Historia e interpretación. Zamora (Ediciones Monte Casino), 1986 J.N.D. KELLY, Primitivos credos cristianos, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1980.

W Los credos tuvieron una extraordinaria importancia y por eso los ha conservado la Iglesia. Al tratarse de formulaciones muy ajustadas, expresaban con una precisión terminológica típicamente griega especialmente lo que se refiere a la ontología de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
W A estos se fueron añadiendo otras afirmaciones, que también formaban parte del depósito de la fe, sobre la Iglesia, el bautismo y la segunda venida de Cristo. De la importancia de las afirmaciones de los símbolos de la fe pueden darse algunas explicaciones breves. Si, por ejemplo—por mencionar lo fundamental de las afirmaciones de Nicea—, se afirmara que Cristo no es de la misma naturaleza o sustancia que el Padre (los latinos, con total exactitud, tradujeron en seguida «consustancial al Padre»), se admitiría un estado de subordinación y de dependencia como creatural del Hijo al Padre que haría que Jesucristo no fuera en realidad el Hijo de Dios, salvador y redentor del hombre, sino a lo sumo un instrumento que Dios utiliza o quizá como una especie de Dios de segunda categoría, todo lo cual llevaría al absurdo de destruir el cristianismo. Por otra parte, y por motivos semejantes, fue necesario añadir enseguida al Credo un tercer artículo sobre el Espíritu Santo.
W     Pero no se trata de explicar ahora todos los detalles. Sí es necesario decir que, en el conjunto del catecumenado y de las catequesis conducentes al bautismo, la praxis de la Iglesia llevó a ésta a hacer entrega, traditio, del Credo, traditio Symboli, a los que pedían el bautismo.
W     En esta entrega del Credo se le confiaba al catecúmeno, cuando ya faltaba poco para el bautismo, el Símbolo (o contenido, que es lo que originariamente significa la palabra) de la fe. Esta entrega de la fe de la Iglesia se hacía durante la cuaresma y terminaba con la devolución, redditio Symboli que terminaba pocos días antes de la Pascua con la profesión pública de la fe cristiana. En la Pascua recibían el bautismo y la unción del Espíritu Santo (la confirmación) los catecúmenos que habían profesado su fe mediante el Símbolo.
W     Lógicamente en esa misma celebración se incorporaban plenamente a la Eucaristía, más allá de la escucha de la palabra de la Escritura proclamada (lo que posteriormente se llamó «Misa de los catecúmenos» y a la que antes del bautismo ya podían asistir éstos). Con el bautismo recibido en la Pascua se les abría a los recién bautizados, neófitos, la puerta para participar en toda la liturgia.

W     Todo el período enmarcado por la traditio y la redditio Symboli estaba ocupado por una intensa etapa de catequización. En las catequesis de san Cirilo de Jerusalén, la primera de ellas, Pro-catequesis, y las dieciocho siguientes, son catequesis sobre el Credo y van recorriendo cada uno de sus artículos. Se añaden después cinco catequesis mistagógicas, de las que luego se hablará, pronunciadas ante los recién bautizados en la semana de Pascua.
W     Cirilo de Jerusalén, declarado doctor de la Iglesia en 1882, fue obispo de la ciudad durante un largo período. Nació hacia el año 314 en Jerusalén o en sus alrededores. Fue hombre de amplia cultura, como manifiesta el uso que hace del lenguaje, de la filosofía y de sus conocimientos—en los moldes de la época—de ciencias naturales.
W     Debió estar muy bien dotado para la oratoria. La obra más conocida suya son precisamente estas Catequesis, pronunciadas en Jerusalén el año 347 o 348. Entre estas fechas y el año 351 debe colocarse su ordenación como obispo de Jerusalén, de modo que no se sabe con certeza si las catequesis las impartió siendo ya obispo o sólo presbítero.
W     Pero desde algún momento próximo al año 350 y hasta su muerte, el 18 de marzo del 387, ocupó la sede episcopal de Jerusalén. Sin embargo, esos casi cuarenta años fueron con frecuencia agitados en la vida y el ministerio de Cirilo. 
W     Rehabilitado en el 359, fue desterrado una segunda vez, por obra de Acacio, en el 360. Un par de años después pudo regresar de nuevo a Jerusalén, donde reanudó sus tareas hasta que en el año 367 fue enviado por el emperador Valente al destierro por tercera vez. Sólo once años más tarde, en el 379, bajo el emperador Teodosio, pudo volver de nuevo a Jerusalén, donde ya desarrolló el ministerio hasta su muerte en el 387. El año 381 había participado en el concilio I de Constantinopla.
 Las Catequesis
W    No estamos ante un teólogo creativo, sino ante un catequista, un excelente expositor y un divulgador de la conciencia dogmática de la Iglesia en la época de las catequesis catecumenales. Se trata, en primer lugar, de catequesis sobre el Credo, utilizándose el que parece haber estado en uso en Jerusalén, que también se reproduce tras la catequesis V.
W     Es, en general, el orden de las afirmaciones del Símbolo el que señala la temática de las catequesis. La Pro-catequesis y las catequesis I-III ponen a los oyentes ante la situación en que se encuentran, disponiéndose de manera ya muy próxima a la recepción del bautismo y como quienes tendrán que hacer antes profesión pública de su fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
W    Una visión de conjunto de las creencias cristianas la da, por otra parte, la Catequesis IV, sobre los «diez dogmas». En ella la concepción virginal de Cristo, su resurrección, el juicio venidero, lo referente a cuerpo y alma y la resurrección de los muertos, además del valor de la Sagrada Escritura, completan lo que en las catequesis VI-XVII será la imagen cristiana del Dios en el que se cree.
W  Dos catequesis, XVI y XVII, se dedican al Espíritu Santo. La XVIII expone la resurrección de los muertos y la vida eterna. Las Catequesis de Cirilo son un indicador muy preciso del desarrollo alcanzado a mediados del siglo IV por la conciencia dogmática eclesial.
W     En esa época la Iglesia articula perfectamente, ya desde Nicea como igualmente lo hará con algo más de detalle en I Constantinopla, los enunciados de una fe que con el desarrollo de la teología se ha sabido objetivar a sí misma y ha sabido dar cuenta de por qué los acontecimientos de la salvación, a partir de la Escritura y de la predicación, han sido y son de una manera determinada.

W     Por otra parte, las cinco últimas catequesis son mistagógicas, es decir, conducen a la comprensión de los «misterios» (sacramentos) que los recién nacidos a la nueva vida, «neófitos», acaban de vivir de modo efectivo al recibirlos en la celebración de la Pascua. Las cinco catequesis mistagógicas están dedicadas a Bautismo, Confirmación y Eucaristía, que configuran la iniciación cristiana. Constituyen estas catequesis un valiosísimo testimonio litúrgico.
 En su conjunto, pues, esta obra de Cirilo constituye uno de los documentos catequéticos más importantes de la época patrística. Dada la importancia que tuvo el desarrollo de los distintos Credos, pero que fueron idénticos en lo esencial, es muy lógica la estructura general de las Catequesis que aquí se encontrarán. Por otra parte, es sorprendente el detalle con que se cita la Escritura.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario