sábado, 9 de mayo de 2020

EN SÍNTESIS…EL PAPA FRANCISCO HA DICHO A LA VIDA CONSAGRADA







EL PAPA FRACISCO A LA




 «EL SERVICIO DE LA AUTORIDAD
 SEGÚN EL EVANGELIO».  
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
 A LAS RELIGIOSAS PARTICIPANTES
EN LA ASAMBLEA PLENARIA DE 
LA UNIÓN INTERNACIONAL DE
 SUPERIORAS GENERALES

 8 de mayo de 2013
D      De modo tal, que en todo lo que hagan la vida consagrada sea siempre una luz en el camino de la Iglesia. 
D       Jesús, en la última Cena, se dirige a los Apóstoles con estas palabras: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15, 16), que recuerdan a todos, que la vocación es siempre una iniciativa de Dios.

  Es Cristo que os ha llamado a seguirlo en la vida consagrada y esto significa realizar continuamente un «éxodo» de vosotras mismas para centrar vuestra existencia en Cristo y en su Evangelio, en la voluntad de Dios, despojándoos de vuestros proyectos, para poder decir con san Pablo: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).

  q Este «éxodo» de sí mismo es ponerse en un camino de adoración y de servicio.
  q Un éxodo que nos conduce a un camino de adoración al Señor y de servicio a Él en los hermanos y hermanas.
  q Adorar y servir: dos actitudes que no se pueden separar, sino que deben ir siempre juntas. Adorar al Señor y servir a los demás, sin guardar nada para sí: esto es el «despojarse» de quien ejerce la autoridad. Vivid y recordad siempre la centralidad de Cristo, la identidad evangélica de la vida consagrada.
  1.   Ayudad a vuestras comunidades a vivir el «éxodo» de sí en un camino de adoración y de servicio, ante todo a través de los tres pilares de vuestra existencia.
  a.     La obediencia como escucha de la voluntad de Dios, en la moción interior del Espíritu Santo autenticada por la Iglesia, aceptando que la obediencia pase incluso a través de las mediaciones humanas. 
Recordad que la relación autoridad-obediencia se ubica en el contexto más amplio del misterio de la Iglesia y constituye en ella una actuación especial de su función mediadora (cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 12).
b.     La pobreza
ü como superación de todo egoísmo en la lógica del Evangelio que enseña a confiar en la Providencia de Dios.
ü Pobreza como indicación a toda la Iglesia que no somos nosotros quienes construimos el reino de Dios, no son los medios humanos los que lo hacen crecer, sino que es ante todo la potencia, la gracia del Señor, que obra a través de nuestra debilidad. «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad», afirma el apóstol de los gentiles (2Co 12, 9).
ü Pobreza que enseña la solidaridad, el compartir y la caridad, y que se expresa también en una sobriedad y alegría de lo esencial, para alertar sobre los ídolos materiales que ofuscan el sentido auténtico de la vida.
ü Pobreza que se aprende con los humildes, los pobres, los enfermos y todos aquellos que están en las periferias existenciales de la vida.
ü La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños.
c.      Luego, la castidad
o   como carisma precioso, que ensancha la libertad de  entrega a Dios y a los demás, con la ternura, la  misericordia, la cercanía de Cristo.
o   La castidad por el reino de los cielos muestra cómo  la  afectividad tiene su lugar en la libertad  madura y se convierte en un signo del mundo  futuro, para hacer resplandecer siempre el primado de Dios.
o   Pero, por favor, una castidad «fecunda», una castidad que genera hijos espirituales en la Iglesia.
o   La consagrada es madre, debe ser madre y no «solterona». Disculpadme si hablo así, pero es importante esta maternidad de la vida consagrada, esta fecundidad.
o   Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra existencia; sed madres, a imagen de María Madre y de la Iglesia Madre. No se puede comprender a María sin su maternidad, no se puede comprender a la Iglesia sin su maternidad, y vosotras sois iconos de María y de la Iglesia.

2.   Un segundo elemento que quisiera poner de relieve en el ejercicio de LA AUTORIDAD es el servicio: no debemos olvidar nunca que el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su vértice luminoso en la Cruz.
ü Benedicto XVI, con gran sabiduría, ha recordado en más de una ocasión a la Iglesia que si para el hombre, a menudo, la autoridad es sinónimo de posesión, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es siempre sinónimo de servicio, de humildad, de amor; quiere decir entrar en la lógica de Jesús que se abaja a lavar los pies a los Apóstoles (cf. Ángelus, 29 de enero de 2012), y que dice a sus discípulos: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan... No será así entre vosotros —precisamente el lema de vuestra Asamblea, «entre vosotros no será así»—, el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» (Mt 20, 25-27).
 ü Pensemos en el daño que causan al pueblo de Dios los hombres y las mujeres de Iglesia con afán de hacer carrera, trepadores, que «usan» al pueblo, a la Iglesia, a los hermanos y hermanas —aquellos a quienes deberían servir—, como trampolín para los propios intereses y ambiciones personales. Éstos hacen un daño grande a la Iglesia.
ü Sabed ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo, ayudando, amando, abrazando a todos y a todas, especialmente a las personas que se sienten solas, excluidas, áridas, las periferias existenciales del corazón humano.
ü Mantengamos la mirada dirigida a la Cruz: allí se coloca toda autoridad en la Iglesia, donde Aquel que es el Señor se hace siervo hasta la entrega total de sí.
3.   Por último, LA ECLESIALIDAD como una de las dimensiones constitutivas de la vida consagrada, dimensión que se debe considerar y profundizar constantemente en la vida.
ü Vuestra vocación es un carisma fundamental para el camino de la Iglesia, y no es posible que una consagrada y un consagrado no «sientan» con la Iglesia.
ü Un «sentir» con la Iglesia, que nos ha generado en el Bautismo; un «sentir» con la Iglesia que encuentra su expresión filial en la fidelidad al Magisterio, en la comunión con los Pastores y con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, signo visible de la unidad.
ü El anuncio y el testimonio del Evangelio, para todo cristiano, nunca es un acto aislado. Esto es importante, el anuncio y el testimonio del Evangelio para todo cristiano nunca es un acto aislado o de grupo, y ningún evangelizador obra, como recordaba muy bien Pablo VI,
·        «por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 80).

·        Y proseguía Pablo VI: es una dicotomía absurda pensar en vivir con Jesús sin la Iglesia, en seguir a Jesús sin la Iglesia, en amar a Jesús al margen de la Iglesia, en amar a Jesús sin amar a la Iglesia (cf. ibid., 16).
ü Sentid la responsabilidad que tenéis de cuidar la formación de vuestros Institutos en la sana doctrina de la Iglesia, según el amor a la Iglesia y el espíritu eclesial.
ü En definitiva, centralidad de Cristo y de su Evangelio, autoridad como servicio de amor, «sentir» en y con la Madre Iglesia.
D      ¿Qué sería la Iglesia sin vosotras? Le faltaría la maternidad, el afecto, la ternura, la intuición de madre.

CÓMO TIENEN QUE SER
 LAS OBRAS DE BENEFICENCIA
                                                                                     PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
ENCUENTRO CON LAS MISIONERAS DE LA CARIDAD,
LOS HUÉSPEDES Y LOS VOLUNTARIOS 
 Martes 21 de mayo de 2013





4 Hoy desearía detenerme en tres palabras que os son familiares: Casa, don y María.
1.    es una «casa».
u  «casa» entendemos un lugar de acogida, una morada, un ambiente humano donde estar bien, reencontrarse a uno mismo, sentirse introducido en un territorio, en una comunidad.
u  «casa» es una palabra de sabor típicamente familiar, que recuerda el calor, el afecto, el amor que se pueden experimentar en una familia.
u  La «casa» entonces representa la riqueza humana más preciosa, la del encuentro, la de las relaciones entre las personas, distintas por edad, por cultura y por historia, pero que viven juntas y que juntas se ayudan a crecer. Precisamente por esto
u  la «casa» es un lugar decisivo en la vida, donde la vida crece y se puede realizar, porque es un lugar donde cada persona aprende a recibir amor y a donar amor.
u  Esta es la «casa». representa una fuerte llamada a todos nosotros, a la Iglesia, para ser cada vez más familia, «casa» en la que se está abierto a la acogida, a la atención, a la fraternidad.
2.   «don»,
ü que califica esta Casa y define su identidad típica. Es una Casa, en efecto, que se caracteriza por el don, y por el don recíproco.
ü ¿Qué es lo que quiero decir? 
Quiero decir que esta Casa dona acogida, apoyo material y espiritual a vosotros, queridos huéspedes, procedentes de distintas partes del mundo; pero también vosotros sois un don para esta Casa y para la Iglesia.
ü Vosotros nos decís que amar a Dios y al prójimo no es algo abstracto, sino profundamente concreto: quiere decir ver en cada persona el rostro del Señor que hay que servir, y servirle concretamente. Y vosotros sois, queridos hermanos y hermanas, el rostro de Jesús.
ü ¡Gracias! Vosotros «donáis» la posibilidad, a cuantos trabajan en este lugar, de servir a Jesús en quien se encuentra en dificultad, en quien necesita ayuda.
ü Así que esta Casa es una luminosa transparencia de la caridad de Dios, que es un Padre bueno y misericordioso para todos. Aquí se vive una hospitalidad abierta, sin distinción de nacionalidad o de religión, según la enseñanza de Jesús: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10, 8).
4 Debemos recuperar todos el sentido del don, de la gratuidad, de la solidaridad.
ü Un capitalismo salvaje ha enseñado la lógica del beneficio a cualquier precio; de dar para obtener; de la explotación sin contemplar a las personas... y los resultados los vemos en la crisis que estamos viviendo.
ü Esta Casa es un lugar que educa en la caridad, una «escuela» de caridad que enseña a ir al encuentro de cada persona, no por beneficio, sino por amor.
ü La música —digámoslo así— de esta Casa es el amor. ¡Y esto es bello!
4 Finalmente hay una última característica de esta Casa: esta se califica como
3.    un don «de María».
o   La Virgen Santa hizo de su existencia un don incesante y precioso a Dios, porque amaba al Señor.
 o   María es un ejemplo y un estímulo para quienes viven en esta Casa, y para todos nosotros, a fin de vivir la caridad hacia el prójimo, no por una especie de deber social, sino partiendo del amor de Dios, de la caridad de Dios.
o   Y también —como hemos oído de la Madre— María es quien nos lleva a Jesús y nos enseña cómo ir donde Jesús; y la Madre de Jesús es nuestra y hace familia, con nosotros y con Jesús.

o   Para nosotros, cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es de ello la más límpida expresión. Aquí se busca amar al prójimo, pero también dejarse amar por el prójimo. Estas dos actitudes caminan juntas; no puede haber una sin la otra.  «Todo lo que hayáis hecho a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Amar a Dios en los hermanos y amar a los hermanos en Dios.
LA VIDA CONSAGRADA FUNCIONA MEJOR ASÍ
  HOMILIA CON OCASIÓN DE LA FIESTA
                                                                                                                                                                   DE SAN IGNACIO DE LOYOLA
Miércoles 31 de julio de 2013 
  Desearía proponer tres sencillos pensamientos guiados por tres expresiones:
  q poner en el centro a Cristo y a la Iglesia;
  q dejarse conquistar por Él para servir;
  q sentir la vergüenza de nuestras limitaciones y pecados para ser humildes ante Él y ante nuestros hermanos.



1.   Poner en el centro a Cristo y a la Iglesia
*    nos recuerda continuamente una realidad que jamás debemos olvidar: la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros para indicar el punto de referencia.
*    Y esto nos lleva a nosotros a estar «descentrados», a tener delante al «Cristo siempre mayor», el  «Deus semper maior», el «intimior intimo meo»,  que nos lleva continuamente fuera de nosotros  mismos, nos lleva a una cierta kenosis, a salir del  «propio amor, querer e interés» (ee, 189).
*    No está descontada la pregunta para nosotros,  para todos nosotros: 
¿Es Cristo el centro de mi  vida? ¿Pongo verdaderamente a Cristo en el centro de mi vida?
*    Porque existe siempre la tentación de pensar que  estamos nosotros en el centro. Y cuando uno se  pone él mismo en el centro, y no a Cristo, se equivoca. En (cf. Dt 30, 16.20), Moisés repite con insistencia al pueblo que ame al Señor, que camine por sus sendas, «pues Él es tu vida»
*    ¡Cristo es nuestra vida! A la centralidad de Cristo le corresponde también la centralidad de la Iglesia:
*    son dos fuegos que no se pueden separar: yo no puedo seguir a Cristo más que en la Iglesia y con la Iglesia.
*    Y también en este caso nosotros, no estamos en el centro; estamos, por así decirlo, «desplazados», estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia, la Esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica.
*    Ser hombres enraizados y fundados en la Iglesia: así nos quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados. Sí, caminos de investigación, caminos creativos, sí; esto es importante: ir hacia las periferias, las muchas periferias.
*    Para esto se requiere creatividad, pero siempre en comunidad, en la Iglesia, con esta pertenencia que nos da el valor para ir adelante. Servir a Cristo es amar a esta Iglesia concreta, y servirla con generosidad y espíritu de obediencia.
2.   Dejarse conquistar por Él para servir; ¿Cuál es el camino para vivir esta doble centralidad?
b       Contemplemos la experiencia de san Pablo. El Apóstol, escribe: me esfuerzo por correr hacia la perfección de Cristo porque también «yo he sido alcanzado por Cristo» (Flp 3, 12). Para Pablo sucedió en el camino de Damasco: dejarse conquistar por Cristo.
b       Yo busco a Jesús, yo sirvo a Jesús porque Él me ha buscado antes, porque he sido conquistado por Él: y éste es el núcleo de nuestra experiencia.
b       Pero Él es el primero, siempre. En español existe una palabra que es muy gráfica, que lo explica bien: Él nos «primerea». Es el primero siempre.
b       Cuando nosotros llegamos, Él ha llegado y nos espera. Y aquí querría recordar la meditación sobre el Reino, en la segunda semana. Cristo nuestro Señor, Rey eterno, llama a cada uno de nosotros diciéndonos: «quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria»

b       ser conquistado por Cristo para ofrecer a este Rey toda nuestra persona y toda nuestra fatiga; decir al Señor querer hacer todo para su mayor servicio y alabanza, imitarle en soportar también injurias, desprecio, pobreza.
b       Dejarse conquistar por Cristo significa tender siempre hacia aquello que tenemos de frente, hacia la meta de Cristo (cf. Flp 3, 14) y preguntarse con verdad y sinceridad: 
¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?
3.   Y llego al último punto. sentir la vergüenza de nuestras limitaciones y pecados para ser humildes ante Él y ante nuestros hermanos.
y      En el Evangelio Jesús nos dice: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará... Si uno se avergüenza de mí...» (Lc 9, 23-26). Y así sucesivamente.
y      La invitación que hace Jesús es la de no avergonzarse nunca de Él, sino seguirle siempre con entrega total, fiándose y confiándose a Él.
y      Pero contemplando a Jesús, sobre todo contemplando al Cristo crucificado, sentimos ese sentimiento tan humano y tan noble que es la vergüenza de no estar a la altura;
y      contemplamos la sabiduría de Cristo y nuestra ignorancia, su omnipotencia y nuestra debilidad, su justicia y nuestra iniquidad, su bondad y nuestra maldad (cf. EE, 59).
y      Pedir la gracia de la vergüenza;
-         vergüenza que me llega del continuo coloquio de misericordia con Él;
-         vergüenza que nos hace sonrojar ante Jesucristo;
-         vergüenza que nos pone en sintonía con el corazón de Cristo que se hizo pecado por mí;
-         vergüenza que pone en armonía nuestro corazón en las lágrimas y nos acompaña en el seguimiento cotidiano de «mi Señor».
by      Y esto nos lleva siempre, individualmente y como Comunidad, a la humildad, a vivir esta gran virtud.
-          Humildad que nos hace conscientes cada día de que no somos nosotros quienes construimos el Reino de Dios, sino que es siempre la gracia del Señor que actúa en nosotros;

-         humildad que nos impulsa a ponernos por entero no a nuestro servicio o al de nuestras ideas, sino al servicio de Cristo y de la Iglesia, como vasijas de barro, frágiles, inadecuados, insuficientes, pero en los cuales hay un tesoro inmenso que llevamos y comunicamos (2 Cor 4, 7). 





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